Soy, tal vez, la excepción que confirma tu regla.
Viviría una vida, dos, tres, cuatro y treinta también solamente por
despertar y verte al otro lado de la cama. Permanecería aquí por uno de
tus abrazos, de esos que me hacen sentir viva. Eres el adiós que más me
dolería decir. Eres al que le doy las gracias por alegrarme el día.
Haces que lo que te duela, a mí me mate. También logras que el efecto de
tu risa dure toda una vida y que las ganas de verte aumenten cada
segundo. Vivo deseando de alguna manera que se pare el tiempo que
contigo va tan rápido y demostrarte que como yo, no habrá nadie que te
quiera. Te elegí para que fueses la persona que llenase mis días de
sonrisas, elegí que tu olor fuese el más dulce para mí, elegí que todo
dependiera de ti, elegí también tu voz. Elegí llorar por ti de vez en
cuando, elegí creerme por completo tus verdades y a medias tus mentiras,
elegí que no querer otros abrazos ni otros besos, que no quiero otras
manos enlazadas a las mías, que no quiero ver por la mañana otra cara
que no sea la tuya. Elegí las idas y venidas, las despedidas, elegí el
miedo a fallar y los impulsos, las miradas, tus manías y tu manera de
hacer las cosas. Elegí conservar intacto cada momento y sobretodo, dejar
huella. Elegí no callarme nada, darte todo, hablar de nosotros en cada
momento, ser fuerte y luchar por un solo motivo, darte todas mis
oportunidades. Elegí no ponernos límites. Arriesgarme y jugármela por
ti. Elegí darte mi corazón, ya que parece que te quiere más a ti, que a
mí.
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